domingo, 30 de enero de 2011

‘MI CASA, MI JARDÍN Y OTRAS COSAS’

La pretensión era buscar un argumento más literario, provocar el cambio en la ordinariez de la vida. Y Manuel Pérez, basándose en algo tan visualizado como su casa, su jardín o su estudio, inició la reconstrucción. De unas fotos, que luego transformó en bocetos, manaron esos cuadros gigantescos que anoche acogieron al público en la sala de exposiciones de Puertas de Castilla. Son cuadros que llenan el espacio, transformado en paisaje colmado de profundidad. «Aparece todo lo que tengo en mi salón. Quería buscar la magia que se esconde dentro de la casa y el misterio que encierran los objetos con los que alternamos. He buscado que las obras sean el reflejo de la vida que se desarrolla en mi contorno, en la casa que habito».

Pero, ¿era necesaria tanta enormidad?, ¿qué ha querido demostrar? «No se trata de demostrar, sino de mostrar, eso sí, mi propia comodidad. Es que me siento más cómodo enfrentado a obras de gran tamaño, lo que no me impide que quiera enfrentarme a otras más pequeñas. Aquí se trata de un espacio grande, que da más libertad. Es una obra que lo envuelve todo y que hasta obliga al espectador, cuando entra en el espacio expositivo, a que también penetre dentro de esa obra que inunda. Al ser grande, se busca dar la impresión de que no solo se trata de cuadros, sino de un montaje, de una instalación, de una escenografía; algo que no sea la típica exposición de un pintor, sino de un artista que interviene con su pintura en el espacio».
Pintor ágil, de Manuel Pérez escribe Manolo Belzunce, quien actúa como comisario de la exposición, que «es un claro ejemplo del artista que proyecta el compromiso de sus creaciones en la relación de lo intemporal y lo grandioso». Por eso, el pintor penetra en cada una de sus obras, para reducir el tiempo casi a una mera exclamación. La grandeza de esta exposición no ha sido un robo al tiempo, sino una entrega relativamente breve y razonada. «Ha sumado más el tiempo de pensar, de fotografiar los espacios desde distintos ángulos, de hacer los bocetos..., que el empleado en culminar el conjunto de la obra». El planteamiento del trabajo ante la obra descomunal también ha arañado horas y horas; lo mismo que el montaje de todas las piezas. «Trabajar para darle vida a un lienzo de cinco metros por veinte es una locura, que te hace subir al andamio, bajar, contemplar desde lejos para comprobar el desarrollo y la exactitud de lo que uno ha querido. Ha sido complicado y difícil».

Para el pintor lo importante no es el tiempo, ni el volumen geométrico de la obra; lo que importa es «la satisfacción personal y la seguridad de que el espectador pueda disfrutar con la visión de ese trabajo al que uno se ha dedicado». Pero antes de que el público se asomase, Manuel Pérez también quiso recabar la opinión de amigos, de gente de confianza, de entendidos en la materia. Y la respuesta generalizada que ha obtenido fue que ahí sigue estando el pintor, con unas características muy personales, pero en el que también se atisba, al menos, la presencia de una inquietud, de un relato más original. «Yo diría –interrumpe el artista–, que se trata de una obra más reflexiva. La reflexión en síntoma que ha estado presente en toda mi producción anterior. Siempre me ha gustado saber qué quiero hacer, y realizarlo con el pensamiento puesto ante cualquier iniciativa. Lo que sucede es que aquí esa reflexión parece más evidente, acaso porque se aprecia en la grandeza del conjunto». Se muestra entusiasmado, por el entusiasmo que le han transmitido los demás, aunque cualquier arrebato pictórico no le supone mucha novedad. También mostraba la preocupación lógica del artista que se ofrece a la opinión general. «Entusiasmo y preocupación creo que me aturden».

¿Está ante una nueva etapa? «El artista atraviesa ciclos, en los que no tiene por qué renunciar a todo aquello que no se expresa en un momento determinado. Hoy gusta más la espontaneidad, y mañana se pierde; pero nunca hay que negarse a volver, a recuperar impulsos y situaciones que en un periodo han hecho feliz al artista. Sería como minusvalorar una u otra etapa, y por tanto, obras de cada una de ellas. Yo no me atrevo a decir que mis impulsos están menos pensados, porque han atravesado periodos en los haya estado menos sentidos».
Lo de ahora es un seguir. Ya realizó un montaje similar, presentado en la sala de San Esteban. Las circunstancias obligaron a que apenas estuviese unos días expuesto a la visión popular. No hubo más remedio que levantar la muestra. Lo que ayer se inauguró en Puertas de Castilla es una demostración más de la franqueza de Manuel Pérez, de sus formas, de su estilo..., con un derroche de «sinceridad, que refleja mi mundo, mi biografía. Creo que de mi obra han saltado esos sustratos, que se van acumulando con una forma concreta y en un momento preciso. No me gusta depurar lo que hago, porque eso es olvidar, desaprender lo que uno aprendido; algo antinatural, que no se debe perseguir. ¿Cómo olvidar lo que uno aprendió? Cambian las modos de ver las cosas, pero la esencia permanece». ¿El futuro? «Estará basado en cuanto ha transcurrido a mi alrededor. La vida es algo, sí, que va cambiando, que se transforma, pero la esencia de uno mismo va estando ahí, en ese hoy o en ese ayer».

En esta obra de Manuel Pérez permanecen sus colores, que son «como la caligrafía de cada cual, o como el reflejo de lo que es uno, algo que en unas personas se manifiesta en su modo de expresarse con la palabra o con la escritura; en el pintor, a través del color o de las formas. En mi obra hay un compendio de todo: figuración, abstracción... Podría seguir por uno u otro camino, pero, eso: hay de todo, por lo que en ese todo no puede abandonarse nada. En el fondo, mi pintura es color, imágenes y formas que cuentan una historia»
Pedro Soler 

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