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Retratos, paisajes, objetos, situaciones y referencias... La representación, en suma, de la figura humana y su emplazamiento en el paisaje y la atmósfera que lo rodea. Este juego de proyecciones, de oscuridad, de luz, de color...una reflexión sobre lo ilusorio de la realidad, de la existencia, de la soledad y la alegría. Siempre buscando... Creo que mediante este camino he logrado mostrar la intensidad de la belleza a través de la representación del verdadero rostro humano.

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sábado, 18 de mayo de 2013


Publicado por manuel perez en 15:04 No hay comentarios:
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Nota nueva 4

La Pintura como necesidad.

Los popes de la reflexión sobre los tiempos del arte todavía inciden en que el arte ha muerto, y aunque ahora ya empiezan a decantarse sobre la cuestión, ésta sigue latente en otras dimensiones de la creación. «Ya no ha muerto», dicen, «sigue adelante, pero acompañando los tiempos con pautas distintas». Desde luego no hay que ser muy inteligente para darse cuenta de que, efectivamente, los tiempos hacen que cambie, no toda la concepción de mirar y de actuar, sino la idea y el concepto de la necesidad de crear y creer. Si nos trasladamos mentalmente ―cómo podría ser de otra forma― a las épocas oscuras del nacimiento de las necesidades humanas, vemos cómo su forma de darle las gracias a la naturaleza es manifestándose por primera vez con el gesto de pintar. Ese gesto que al mismo aborigen le resultaría extraño e indefinido, con el tiempo se fue conformando como algo parecido a los animales que cazaba, a los elementos que componían sus armas para cazarlo… y después a sus enseres, sus joyas, sus palacios… La Baja Edad Media nos presenta cómo los egipcios estaban tan hermanados con la creación que ésta formaba parte de sus caligrafías. Y ya sabemos que, cómo la de los árabes, éstas conformaban también una actitud y un pensamiento ideológico. Dando otro salto en el tiempo, en el Trecento, encontramos que la obra de arte empieza a mercantilizarse y ya se define como un objeto, del cual puede disponer el libre albedrío. (Lógicamente, hablamos del cuadro, de la pintura como soporte más o menos rígido y susceptible de ser traído, llevado y mostrado). En el año 2008 el concepto que se tiene sobre el cuadro como un objeto de arte es, básicamente, el mismo que hace setecientos años, lo que ha cambiado es la forma del objeto y también la forma de interpretar y mirar el arte. Algo que es de una lógica aplastante y nada extraño; es simple y no complicado, como nos quieren hacer creer los modernos interrogadores del suceso del arte.

Manuel Pérez es un artista enmarcado dentro de una realidad y dentro de una cotidianeidad. El hecho de pintar en su vida discurre siempre en función del acto creativo. Se diría que sin ésta premisa no estamos cerca de entender su obra, que en determinados periodos es cíclica. Manuel ha construido un lenguaje donde se pueden leer signos y manchas próximas al cubismo, a la abstracción y a las corrientes de la Escuela Americana de finales de los 60. Su obra tiene también la impronta de Paul Klée o Mondrian, que están latentes en varias de sus series. El arte secuencial de sus etapas sobre el cine sugiere a Hill Eisner y, cómo no, a algunos aspectos del cinema francés de esa misma época. Recuerdo las primeras obras de Manuel y su interés por las secuencias, y también su pasaje por las piezas de pleno sentido abstracto a la manera de Klee, donde lo importante no era tanto el color y la materia como la definición de la forma: manchas cuadradas y rectangulares que oprimían el espacio. Manuel, con el tiempo, ha sabido ir interpretando el lugar para los elementos, se ha ido desnudando de referencias, ha investigado el espacio desde las posibilidades de la integración menos radical y ha sabido encontrar un equilibrio que mas tarde suplantaría la extrema dureza de sus primeras obras. Empieza a testimoniar así, con sus series sobre las cabezas ―que nada tienen que ver con el Pop Art americano― figuras de gran formato, dibujadas en perspectivas planas, desde grandes ángulos inverosímiles y con amplios brochazos. Brochazos no exentos de fuerza donde la pintura goza con el grattage y el chorreo. Una serie muy amplia en obras y en tiempo que dejaría paso a otras muchas obras menores donde el sentido de la colección no se desarrolla tan profusamente. Para Manuel la incursión en el paisaje es siempre muy significativa. El paisaje adornado, o adormecido, o vibrante, como algunas de sus pequeñas obras que me recuerdan insistentemente La Historia de Nastasio Degli Onesti de Botticceli. Y luego las figuras, los desproporcionados tamaños, la sombra; el riesgo del trazo y el color. En la obra de Manuel existe una depuración permanente que no es habitual encontrar en otros artistas de su generación. Toda su existencia, como hemos dicho, se nutre de sus vivencias, de lo escuchado, de lo visitado, de lo aprehendido. Esa dedicación constante lo lleva a equivocarse y resurgir y hace que se plantee constantemente el hecho de pintar para ir conformando una personalidad que madura con el tiempo. La pintura es un ejercicio de dudas y compromisos que no admite relajación. Manuel Pérez es un artista que se enfrenta a una labor diaria demostrando su necesidad de sorprender en cada momento. Su pintura lleva implícita una carga de modernidad y un sentimiento de verdad que resultan familiares cuando retrocedemos en el tiempo para descifrar el por qué del acto de la creación, el por qué de la comunión del hombre con la naturaleza.

Manolo Belzunce.

Mayo del 2008.


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